jueves, 22 de diciembre de 2011

Desabores y amores

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Una vez más, la Nochebuena nos convoca para celebrar, junto a los seres queridos, un ritual donde manjares y anécdotas son protagonistas. La experta cocinera Choly Berreteaga propone una serie de platos para hacer de este festejo algo mágico y distinto, y Rumbo invita a ahondar en los secretos de cada receta, otro ingrediente original para compartir en la mesa.
fotoArranca diciembre y ahí no más, el primer día, o a lo sumo el segundo, se inicia la cruzada navideña. Charlas telefónicas, chat por Facebook, excepcionalmente un cara a cara sirven para armar el tejido que le da vida a la cena: “Yo me encargo del lechón, hablo con Juan, el panadero, para que lo cocine en su horno”; “vos traé la ensalada rusa, que Mary se ocupe de los postres y que Nicolás compre las bebidas, a que tiene la camioneta”. El lugar del encuentro no se discute. “El año pasado le tocó a la abuela y el anterior estuvimos en lo de Roque. Así que esta vez vienen todos a casa.”
El 24 llega sin apuro. En cuanto baja el sol, que en estas tierras y para esas fechas abrasa, quema, agobia, suena el timbre. Las bebidas, a la heladera. Halo de perfume que queda flotando un rato: todos están recién bañados, con ropa de salir y exultantes. En Nochebuena, en Navidad, los rencores rancios, las deudas pendientes, los malentendidos, caducan. O quedan en suspenso. Es una celebración de la familia, una fiesta de los afectos más primarios, donde lo único que se discute es quiñen prepara mejor el vitel toné.
A las 8 se larga la previa. La mesa repleta. Las copas llenas. Cada uno en su lugar.
El recuerdo de las Navidades pasadas. Los sitios vacíos. Mezcla de melancolía y de felicidad por los nuevos que llegaron… Y los que vienen. Patricia está embarazada. ¿Espera para marzo? (En 201, vamos a tener que traer otra mesa, ¡somos un montón!)
En Nochebuena, la premisa es llenarse la panza. Entre charla y charla, antes y después de los cohetes, mientras el calor abrasa. Panza llena, corazón contento- Hoy más que nunca.
Y después el pan dulce, las avellanas, las frutas abrillantadas y el chin chin con sidra, champaña y ananá fizz. Parece que no queda espacio para un solo bocado, pero las costumbres son sagradas y le hacemos un lugar al pedacito de turrón. La radio prendida, para que anuncie la hora exacta. Bocinas, sirenas, gritos y abrazos. Los chicos y los grandes corren a mirar qué dejó Papá Noel en el arbolito. La reunión se traslada al living, desparramo en los sillones. Papeles de colores, cajas, trencitos que atraviesan el comedor y chocan con las piernas de la tía. Suenan los Beatles, la Mona y hasta Palito Ortega. Los pibes hacen rondas y los adoradores del silencio se meten en la casa, “así hablamos tranquilos”. El reloj no marca las horas. La fiesta recién empieza.

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